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Artefactum

Event Details

  • From: octubre 9, 2020
  • To: octubre 9, 2020
  • Starting at: 19:30
  • Finishing at: 20:30

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  • Patio Corral del Carbón
  • Granada
  • Spain

PROGRAMA: IN VINO VERITAS / El vino en la cultura medieval

  • CHOMINCIAMENTO DE GIOGIA / Manuscrito de Londres, siglo XIV
  • LA DONA DE BRETAÑA / Cantiga Santa María nº 23, Alfonso X El Sabio, siglo XIII
  • A QUE AVONDOU / CSM nº 386, Alfonso X El Sabio, siglo XIII
  • VIRGEN SANTA MARÍA / CSM nº 47, Alfonso X El Sabio, siglo XIII
  • AI AMOR DE PERO CANTONE / Fernando Soares de Quiñones, siglo XIII
  • ADIEU CES BONS DU VINS DE LANNOYS / Guillaume Dufay, siglo XV
  • BON VIN DOIT / Roman de Fauvel, siglo XIV
  • BON VIN JE NE PLUIS LAISSER / François Rabelais, siglo XV
  • QUAND JE BOIS DU VON CLARET / Anónimo, tradicional provenzal, siglo XV
  • ALTE CLAMAT EPICURUS / Carmina Burana nº 221, siglo XIII
  • IN TABERNA QUANDO SUMUS / Carmina Burana nº 196, siglo XIII
  • VUNUM BONUM / Carmina Burana, siglo XIII

Nota: El presente programa puede sufrir modificaciones que serían oportunamente puntualizadas por los miembros del grupo durante el concierto.

En su magna obra Lo Crestià – una verdadera enciclopedia de la vida medieval – el franciscano y prolífico escritor gerundense Francesc Eiximenis (1330 -1409), aduciendo razones de diversa índole, escribió que el vino y su consumo eran algo consustancial al ser humano, que servía para dar salud y para alegrar el corazón.

Un primer razonamiento “bíblico” estaba basado en el relato de que Dios creó la vid y el vino para alegrar la tristeza de Noé tras el diluvio y que, más tarde, le confirió el status de bebida de salvación y de vida eterna. Una segunda razón “natural” residía en la necesidad de las personas de tener gozo y alegría en su vida y, paralelamente, de alejar la desesperación que provocaban las múltiples tristezas existenciales, para ambas necesidades el vino, que es licor que atempera los dolores naturales del cuerpo y alegra el espíritu, era el mejor de los remedios. Por último Eiximenis esgrime cuestiones “corporales” para justificar el consumo mesurado de vino aduciendo que beber moderadamente dispone bien el cuerpo y un cuerpo bien dispuesto incita al gozo del espíritu y del alma e induce al individuo a obrar bien y rectamente, lo que aumenta más todavía su alegría y su placer …

Curiosamente, otros intelectuales medievales, analizando el mismo episodio bíblico, presentan un punto de vista muy distinto y nos hablan de la impúdica embriaguez de Noé y la incestuosa de Lot y nos describen con crudeza los efectos dañinos del abuso en el consumo de vino. Juan Ruiz de Hita, el famoso “arcipreste”, utiliza en “El Libro del Buen Amor” el episodio del ermitaño engañado por el diablo para prevenir al lector de los peligros de consumir vino puro con aseveraciones tales como “en el beber de más, yaz todo mal provecho”, sin embargo, en otro pasaje de la obra nos dice: “Es el vino muy bueno en su mesma natura: munchas bondades tiene, sy se toma con mesura…“

Opiniones y pensamientos de eruditos aparte, lo cierto es que a lo largo de toda la Edad Media, el vino se configura como uno de los elementos básicos de la alimentación y su consumo constituye una realidad cotidiana y generalizada en todos los niveles sociales sin apenas excepciones por razón de edad, sexo o condición vital, laboral o económica.

La producción y consumo del vino marcaron políticas económicas y sociales, tratados de salud o tratados de moral. A diferencia de lo que sucede con la cerveza o la sidra, el vino no va a tener la consideración de una simple bebida, sino que constituye un elemento imprescindible, un pilar básico, junto con el pan, de la dieta medieval. Su presencia fue habitual en la ingesta de niños, nodrizas y ancianos, de señores y campesinos, de burgueses y asalariados, de privilegiados y marginados, del clero, de moros, cristianos y judíos, de sanos y enfermos, de mujeres y hombres, creando unos códigos culturales de consumo en los que el acto de beber tuvo connotaciones tanto positivas, como negativas, creando modos y significados muy precisos y de larga pervivencia en la historia cultural de Occidente.

El consumo de vino era imprescindible en todas las celebraciones, tanto lúdicas, como luctuosas. “Qui bona vina bibit, ad paradisum citius ibit”.

Estos apasionantes parámetros históricos y culturales que vienen dados por la importancia y la influencia de esta omnipresente bebida en el mundo medieval, son los que generan y constituyen “IN VINO VERITAS”, el programa que Artefactum ofrece esta noche, un programa que incide en el personal gusto del grupo por recrear, contextualizar y, de alguna manera, mostrar las músicas, las formas y las maneras en que las gentes del medievo – tan humanas, imperfectas y maravillosas como nosotros – desarrollaban su día a día, pero en esta ocasión colocando al vino como gran hilo conductor y gran “maestro de ceremonia” de todo lo que acontece en el concierto.

Seguimos…

El prestigio del vino como bebida primordial en el medievo toma gran fuerza debido a su presencia en las dietas monásticas y su uso en la consagración eucarística. En el imaginario cristiano medieval, el vino ocupa un lugar muy relevante al ser uno de sus símbolos más fuertes presentes en la liturgia.

Los salmos bíblicos en alabanza de los frutos de la tierra transmitían la idea de que el vino era algo consustancial al ser humano que servía para dar salud y para alegrar el corazón. En el siglo XII el filósofo y teólogo francés Pierre Abélard admite la incorporación moderada de vino en la dieta de los monasterios masculinos y femeninos, pero señala la necesidad de saber beber con templanza y, por supuesto, mezclado con agua para que su ingesta sea buena para saciar la sed y conservar la salud.

La costumbre de mezclar vino con agua se constata ya en la época romana y llega a considerarse en el medievo como ejemplo de moderación, sobriedad y rectitud, siendo aconsejada en los tratados de salud de la época. Los códigos legales insistían en que, para evitar engaños y adulteraciones, la mezcla debía hacerse a la vista del comensal así, por ejemplo, la Casa Real de Aragón en el siglo XIV precisa un ritual para realizar esta mezcla ante el rey: “Y así vendrán a Nos el dicho Capero con vino en la copa, y tras él el Botillero con el jarro de agua, y llegados a Nos, echará el dicho Botillero el agua en la copa, y hará en presencia nuestra el dicho Copero la salva del vino así aguado.”

La valoración sobre la clerecía de su tiempo realiza Abélard es muy negativa, ya que considera que los intereses y preocupaciones de los eclesiásticos se reducen a tres: el buen abastecimiento de sus bodegas, el afán de preparar caldos con hierbas, miel y especias y la práctica de embriagarse con los vinos más agradables al paladar para, posteriormente, abandonarse a la lujuria.

Éstas y otras cuestiones que constituyeron buena parte de la esencia de la Europa medieval, nos quedó magníficamente reflejada en los textos y canciones satíricas, irreverentes e, igualmente, exaltadoras de la naturaleza y de la alegría de vivir que entre los siglos XII y XIII quedaron compiladas en el monasterio benedictino alemán de Benediktbeuern, en el famosísimo Códice del Carmina Burana, algunas de las cuales forman parte del repertorio que Artefactum ha seleccionado para su programa. En el siglo VII, San Isidoro de Sevilla en sus famosas Etimologías, detalla los tipos de vinos y escribe: “El vino puro, sin mezcla de ningún tipo, es el merum. Y éste, dependiendo de su color, puede ser roseum o tinto, amineum o vino blanco y sucinacium o de color ámbar. Y según su consistencia, limpidum (que tienen apariencia de agua) o turbidum (con posos).”

Por regla general podríamos hablar de los vinos corrientes, tanto tinto como bermejos y blancos, a los que la población tenía acceso en tabernas y otros puestos de venta. Por otro lado estaban los vinos de calidad superior procedentes del comercio internacional y reservados para ocasiones especiales y estar en las mesas de los más pudientes pasando del consumo del vino-alimento, al consumo del vino-placer. Así, el vino especial más común entre las elites – desde la Corte a las mesas nobles, a las recepciones, banquetes y ceremonias públicas y privadas de prestigio – fue un blanco dulce llamado “vino griego” cuyo precio podía quintuplicar el de los vinos corrientes.

En las sociedades medievales cada persona bebe en función de su calidad, estado y condición y la ingesta de vino resulta muy diferente tanto cuantitativa como cualitativamente para unos u otros individuos o colectivos. Hay grandes diferencias entre poderosos y humildes, éstos consumen vino picado o avinagrado, mientras que los primeros disfrutan de caldos de calidad. En cualquier caso, los circuitos comerciales establecidos entre los siglos XIII y XV ampliaron la base del consumo de vino de cierta calidad a un sector más amplio de la población gracias a nuevos tratamientos del vino:

La clarea (el clarete) y otros preparados con bases azucaradas y especiadas con canela, jengibre o pimienta, como el hipocrás … En las Ordinaciones de la Casa Real de Pedro IV ( siglo XIV ) se señala servir hipocrás cuando “oviéremos de comer suplicaciones”. Las suplicaciones eran unan hojas muy delgadas hechas de masa de harina con azúcar y otros ingredientes, que cocidas en un molde servían para hacer barquillos.

Vemos como la “cultura” del vino se va refinando y ya se comienzan a establecer diferenciaciones en base a la procedencia, la calidad, el gusto… Fuera del ámbito privado del hogar, el vino se bebió en tabernas, hostales, mesones, tahurerías y burdeles, establecimientos omnipresentes tanto en el mundo urbano como en el rural de la Europa medieval. Eran verdaderos centros de sociabilidad en los que el vino actuaba como catalizador en las relaciones. Junto con la clientela de lugareños que frecuentaban estos lugares, se mezclaban los forasteros que iban de paso – arrieros, comerciantes, representantes de las administraciones, gentes de negocio, juglares o algún que otro trovador… – y una variopinta población flotante de alcahuetes, vagabundos y gentes sin oficio que solían vivir de la extorsión, de las apuestas y del engaño.

Estamos ante una auténtica “comunidad tabernaria” magníficamente descrita en los ya comentados poemas goliárdicos de los siglos XII y XIII y en otra serie de canciones populares que, como “Bon vin doit” del Roman de Fauvel, “Adieu ces bons vins de Lannoys” de Guillaume Dufay o la canción del trovador portugués Fernan Soares de Quiñones (siglo XIII) “Ai amor, amore de pio cantone”, Artefactum incluye en este programa con el sano objetivo de contextualizar las excelencias y las influencias de los caldos en la Europa medieval.

La presencia del vino fue esencialmente relevante en el Sur de Europa, ya que en el Norte y Centro (escandinavos, daneses, germanos…) preferían la cerveza, una cerveza quizás con un contenido en alcohol más bajo que el equivalente moderno típico. Se calcula que el pueblo llano consumía unos 6 litros de cerveza por persona y día. A partir del siglo XI, los monjes de los monasterios cristianos se hicieron cargo de elaborarla y mejorarla. A este tipo de cerveza se le llamó cerevisa monacorum, cerveza cuyo secreto de elaboración guardaba celosamente cada fraile boticario.
Pero volvamos al vino.

Razones sociales, rituales, alimentarias, terapéuticas y placenteras se vincularon con su ingesta. Su consumo fue respaldado por la medicina culta y la popular, siendo base de la farmacopea y de las actividades médicas. La influencia de la medicina culta marcó los hábitos y formas del consumo de vino entre las élites. Una de las más afamadas escuelas, la Escuela Médica Salertiana (Salerno, siglo IX) desaconsejaba beber solo agua, puesto que provocaba desarreglos intestinales, bloqueaba la digestión y, además, “animalizaba” al hombre: “Bebe buen vino para que sea fácil la digestión; mientras comes debes beber frecuentemente, pero poco; comienza la comida con vino, para alejar las penas; después de cada huevo sorbe otro poco de vino; beban vino los hombres. Agua todos los animales”.

Según la época del año, los dietistas aconsejaban el consumo de uno u otro tipo de vino. Así el médico y teólogo levantino Arnau de Vilanova (1240-1311) aconsejaba en verano solo tomar el vino muy aguado, aunque también hablaba de optar por otras bebidas como el julepe, un jarabe de destilado a base de rosas o nenúfares. Vilanova prescribe la ingesta de vinos dulces y especiados, como el ya referido “hipocrás” y el “clarea”, para el final de las comidas. La pieza “Quand je bois du von claret” un tourdion de principios del siglo XV que, a buen seguro se interpretaba – y bailaba – en toda clase de celebraciones festivas, hace clara referencia a las bondades de éste último vino.

Saber qué beber, cuánto, cuándo, cómo y con qué, o elegir con quién y dónde beber fueron cuestiones que formaron parte de la educación corporal y del aprendizaje moral de cada individuo desde su infancia.

Como consecuencia de la abrumadora presencia del vino en la vida cotidiana de las gentes del medievo, resultan lógicas las reiteradas alusiones que sobre el vino, ya como actor principal o secundario, aparecen en otro de los grandes Códices del medievo, las Cantigas de Alfonso X, obra capital de la cultura medieval compuesta por 427 cantos en loor de la Virgen María. Artefactum incluye en este programa tres Cantigas, las 23, 386 y 47, que hacen referencia a hechos y milagros directamente relacionados con el vino.

En definitiva IN VINO VERITAS es una propuesta donde Artefactum, más allá de la música interpretada, pretende invitar al espectador a embriagarse del espíritu, la cotidianidad y la pulsión
vital que impregnaron a las gentes que en el medievo construyeron los cimientos de lo que, para bien y para mal, actualmente vivimos en la sociedad actual. Eso sí, todo desde el privilegiado prisma de ese pilar básico de la cultura medieval que fue el vino.

¡Brindemos!.

ALBERTO BAREA / Canto y orlos
CÉSAR CARAZO / Canto y viola
JOSÉ MANUEL VAQUERO / Canto, organetto y zanfona
IGNACIO GIL / Flautas de pico, oboe de cápsula, gaita y coros
ÁLVARO GARRIDO / Percusión y coros